Credo

He escuchado a muchas personas, de edades muy diferentes y de orígenes muy distintos; decir que la primera gran desilusión de su vida fue descubrir que Papá Noel y Los Reyes Magos no existían.
No puedo decir lo mismo.

Uno de los mayores capitales que poseo y que nunca podrá robarme nadie, es haber tenido una infancia muy larga y muy feliz. Y si hay algo en lo que puedo sintetizar esa época de mi vida, es en la Fiesta de Navidad.
Nada tienen que ver las cruces, ni los nacimientos esperados por milenios. Para mí, Navidad siempre fue la celebración de la vida en familia.
Y Papá Noel llegaba la mañana siguiente para sorprendernos.
Ya alrededor de los siete había rumores de "que eran los padres". A los nueve ya eran moneda corriente, y todos se hacían los superados contando cómo habían agarrado a sus padres con las manos en el árbol.

Pero a mí no me importaba. Podían traerme todas las pruebas que quisieran y hablarme horas. Nunca lograban convencerme, ni siquiera levantarme sospechas: me fascinaba la precisión que tenía el viejo made in Coca Cola para saber cuando me iba a dormir.
Con el tiempo fui perdiendo interés en el asunto. Crecí. Y cuando asumí la verdad verdadera, pasé de ella como de un cable a destiempo.
Es curioso como viví la mentira infantil por antonomasia con absoluto espíritu de fé católica.
Es curioso también que esa actitud pueda leerse como mi primera señal clara de cagarme en el qué dirán y la evidencia específica.
Cosas que pasan.

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