Yo, tu, ellos. O todo lo que aprendí sobre el futuro.

Una de esas cosas totalmente inherentes a la cultura humana es el desprecio entre generaciones (entre muchos otros desprecios, claro está). Los chicos nunca respetan a los viejos, y los viejos nunca respetan a los chicos. Cosas como “en mi tiempo respetábamos a los más grandes”, “en mi tiempo estudiábamos para hacer un país mejor”, son deja vúes constantes, y hasta cierto punto, lógicos. Los tiempos cambian, y tanto las situaciones como los puntos de vista se modifican radicalmente. “Los viejos desconfían de los jóvenes, porque han sido jóvenes” decía Shakespeare, y apunta un detalle interesante.
Lo que me asusta un poco es cómo eso pasa cada vez más pronto. Ya no son los abuelos los que se quejan, ni siquiera los padres: son los mismos hermanos.
En la misma secundaria, los de los cursos más altos piensan que los de un par de años menos son unos pelotudos porque “están en cualquiera”. No es de la forma en que nosotros –estando en sexto- mirábamos a los de primero, o tercero. En Facebook hay un grupo que se llama “Yo nací entre 1980 y 1989, la última generación cuerda”. Y miles se suman para criticar a los que se tiñen el pelito, se denominan floggeremoskaterotaku y se juntan en la Bond.
Los que nacimos en esa autodenominada “última generación cuerda” tenemos menos de 29 años.
Desde que empezó la revolución industrial, la vorágine de la tecnología se contagió a los tiempos del hombre, haciendo que los tiempos se fueran acortando de a poco. Hoy, que un celular es obsoleto a la semana de ser la gran novedad; nosotros también vamos quedando obsoletos muy rápido.

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